Había una vez un padre que tenía dos hijos de los cuales el mayor era muy listo y despierto. Sin embargo, el pequeño era un zoquete incapaz de aprender nada. Para todas las faenas era necesario acudir al mayor, aunque cuando había que realizar alguna tarea en la que tuviese que pasar por el cementerio o salir de noche, se acaba resistiendo porque era muy miedoso.
Sin embargo, el pequeño no sentía nunca nada de miedo. Un día, el padre le dijo que tenía que aprender a ganarse el pan, y el pequeño estaba de acuerdo con ello, y le pidió a su padre que le enseñase qué era tener miedo.
Su hermano mayor empezó a reírse pensando que su hermano era verdaderamente bobo, mientras que el padre le dijo que ya aprendería lo que es el miedo, pero que eso no iba a darle de comer.
Días después llegó el sacristán y el padre le dijo el problema que tenía con su hijo pequeño, y le explicó que lo único que se le ocurrió para ganarse el pan fue que le enseñase a tener miedo. El sacristán le dijo que eso podría aprehenderlo en su casa.
Finalmente el padre aceptó y el sacristán se lo llevó y le enseñó a tocar las campanas. Una noche lo despertó para que las tocase, y cuando se encontraba en la torre, al ir a coger la cuerda de las campanas vio una figura blanca en la escalera. El joven preguntó que quién era, pero la figura ni se inmutó. En realidad era el sacristán que intentaba hacerle creer que era un fantasma.
El pequeño seguía sin tener miedo y le dijo que qué hacía y, que si no se marchaba lo arrojaría escaleras abajo. El sacristán no pensaba que fuese a llegar hasta ese punto y siguió inmóvil. Finalmente el joven lo empujó y el sacristán cayó escaleras abajo.
Debido al golpe, el sacristán quedó inconsciente, por lo que su mujer, al ver que no llegaba, empezó a preocuparse. Le pregunto al joven si sabía dónde estaba pero le dijo que no lo había visto. Fue entonces cuando pensó que podía ser al que empujó por las escaleras.
La mujer fue a buscarlo y lo encontró con una pierna rota. Seguidamente fue a contarle lo que ocurrió al padre del joven, el cual lo reprendió diciéndole que era una mala persona. El pequeño le explicó lo que había sucedido, pero el padre decidió echarle de casa.
El pequeño se marchó con tan sólo 50 monedas en el bolsillo. En su camino encontró a un hombre que le dijo que él enseñaría a tener miedo a cambio de las 50 monedas, y lo llevó a un árbol donde había siete hombres ahorcados. Finalmente acabó desatando los cadáveres y bajándolos al suelo porque pensaba que podrían tener frío, así que los acercó al fuego. Finalmente las ropas de los fallecidos empezaron a quemarse, por lo cual los volvió a subir y los colocó de nuevo en las horcas.
Al día siguiente volvió el hombre y se quedó impresionado de que el pequeño no hubiese tenido miedo en toda la noche. Durante los siguientes días fue enfrentándose a distintas pruebas similares, pero seguía sin tener miedo. Finalmente, el rey se enteró de la valentía del joven y también le propuso otras pruebas, para las cuales tuvo que enfrentarse incluso a fantasmas.
Debido a la imposibilidad de Juan sin miedo para horrorizarse, los fantasmas acabaron huyendo del palacio, con lo que consiguió desencantarlo y el rey le dio la mano de su hija.
Tiempo después, la princesa se cansó de la búsqueda de su marido por aprender qué era el miedo. Por ello optó por llenar un barreño de agua con muchos peces, y se nos echó por encima cuando estaba durmiendo. Los peces empezaron a coletear sobre el cuerpo del muchacho y fue entonces cuando empezó a gritar y por fin entendió que era el miedo.