El chico que fue a buscar al Viento del Norte

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El chico que fue a buscar al Viento del Norte Ilustración de una profesora

Fuente | Freepik Premium

Alguna vez existió, en un pequeño pueblo bastante lejano, un chico llamado Miguel. Este pequeño y risueño, de boina roja, camisa de cuadros, y ojos claros, era muy responsable con su tarea. Miguel cada día, durante la mañana o la tarde, tenía la misión de acercarse al mercado de su pequeño pueblo.

Allí, debería comprar todas las provisiones del día. Toda clase de alimentos rondaban por el mercado, para que Miguel pudiese escoger aquellos que necesitaba comprar cada día. Nadie cumplía con esta labor mejor que él.

Una de las tantas mañanas, Miguel estaba decidido a cumplir con su tarea en el mercado, ocurrió algo que no esperaba ni imaginaba. Durante dicha mañana, cuando se encontraba saliendo de aquel peculiar mercado de su pueblo, el Viento Norte sopló y sopló, con todas sus energías. Y, así pues, tomó todas las provisiones del pequeño Miguel, y se las llevó por los aires.

Miguel, y no es para menos, estaba lleno de ira por lo ocurrido. Así pues, decidió emprender su camino para visitar al Viento Norte, y exigirle que le regresara sus provisiones. Dicho trayecto era sumamente extenso, y por ello tuvo que caminar durante horas y horas… Cuando Miguel llegó al hogar del Viento Norte, lo miró, lo saludó con cortesía, y le dijo que le devolviera sus provisiones.

El Viento Norte, un tanto indignado, le dijo al muchacho que no tenía consigo las provisiones que había comprado en el mercado. Aun así, este personaje le regaló un mantel mágico, único en su existencia. Miguel quedó muy impresionado. El Viento Norte le aseguró que con ese mantel podría obtener todas las provisiones que deseara, únicamente diciendo las palabras mágicas: “Mantel, sirve de todo a Miguel”.

El pequeño muchacho agradeció al Viento Norte y regresó a casa. Pero el camino se tornó muy extenso, así que se vio obligado en quedarse dentro de una posada a dormir la noche. En el momento de la cena, Miguel siguió las palabras mágicas del Viento, y junto a su mantel, logró comer unos deliciosos platos esa noche.

El dueño de la posada, el ver la magia del mantel, esperó a que Miguel se durmiera. Y en el momento exacto, se lo arrebató sin que el muchacho se diera cuenta, y lo cambió por otro mantel sin magia alguna.

La mañana siguiente, el pequeño hombrecito agarró el mantel falso, y sin darse cuenta, regresó a su casa con él. Cuando llegó, probó la magia del mantel, y este no funcionó. Miguel, muy molesto, volvió al hogar del Viento Norte a reclamarle lo sucedido. El Viento, esta vez, le otorgó un carnero, el cual daba monedas de oro al decir las palabras mágicas.

El muchacho regresó por donde vino y tuvo que detenerse otra vez en la misma posada. Allí probó la magia del carnero, y se dio cuenta que sí funcionaba, pidió todo lo que pudo comer y disfruto toda la noche.

Cuando se durmió, el dueño de la posada esta vez le robó al carnero, y lo sustituyó por uno común y corriente. Cuando Miguel partió en la mañana siguiente, y llegó a su casa. Probo nuevamente la magia del carnero, pero se dio cuenta que está tampoco funcionaba.

Regresó indignado a casa del Viento Norte por última vez, y este le ofreció un bastón que atacaría a sus enemigos al decir las palabras mágicas, Miguel no entendía de que le podía servir un bastón, así que el Viento Norte le advirtió que se cuidara en el camino.

El muchacho regresó por el mismo camino donde había venido, y se detuvo nuevamente en la posada, allí recordó que las palabras del Viento Norte y tuvo una ligera sospecha sobre el dueño de la posada. Ya que todo lo que Viento Norte le daba, servía allí, pero al irse a casa, dejaba de funcionar.

Esa noche, cuando el pequeño Miguel estaba durmiendo, el dueño pasó por su habitación y decidió robar también el bastón de Miguel, pues intuía que este tendría poderes también. Pero al intentar hacerlo, Miguel se dio despertó y se dio cuenta, por lo que le grito al bastón: “ataca bastón” y en ese momento, el bastón voló por los aires golpeando al dueño de la posada.

Después de eso, el pequeño miguel regresó a su casa con el bastón, el cordero, y el mantel, y pasó su vida disfrutando de lo que el Viento Norte le había dado.