En un pequeño pueblo de campesinos vivía un niño llamado Abraham. Sus padres eran campesinos y muy pobres, pero muy trabajadores y con grandes deseos de salir adelante; tanta era su pobreza que los lujos no tenía lugar, solo les bastaba el techo de su hogar y la comida diaria.

El sueño de los padres de Abraham era que su hijo pudiese estudiar ya que no querían que el pequeño llevara la misma vida que ellos en el campo, aspiraban a que tuviese un mejor futuro en la ciudad.

Abraham sabia de los deseos de sus padres, era un buen chico, aplicado, inteligente y muy estudioso, pero había un problema que se interponía entre él y sus estudios. Durante el día el chico ayudaba a sus padres con las labores del campo, por lo que solo tenía tiempo para estudiar durante las noches, esto representaba un inconveniente ya que vivía en una choza de madera y no tenía luz artificial.

Como el pobre no tenía luz, no haya forma alguna estudiar. Estaba desesperado ya que se acercaban los exámenes en la escuela y no quería reprobarlos. Su sueño era ir a la universidad, pero ese sueño se veía amenazado por la oscuridad.

Otro rudo invierno ha llegado y Abraham echa un vistazo por la ventana para disfrutar del hermoso paisaje nevado. Estaba absorto en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que de la nieve salían unos destellos tenues de luz blanquecina.

El avispado muchacho decidió rápidamente aprovechar esta oportunidad que la naturaleza le regalaba. Abrigándose contra el frio y con sus botas del cuero, Abraham, tomó sus libros de escuela y salió de casa con mucho cuidado de no hacer ruido.

A pesar del espesor de la nieve se recostó sobre ella; y con el reflejo de la misma, logro leer unas líneas. El frio de la noche de invierno era tal que al muchacho le costaba pasar las páginas con sus heladas manos, pero esto no le importaba, valía la pena el esfuerzo.

Velozmente pasó el tiempo y la primavera con sus cálidos rayos de sol que derritieron toda la nieve; esto angustio mucho a Abraham quien sintió que ya no podía continuar leyendo lo que tanto le gustaba.

Luego de cenar, se acuesta sin poder dormir de la preocupación; fatigado de estar en su cuarto, decidió ir al bosque a pasear.

¡No podía creer lo que sus ojos veían! La primavera se había llevado la nieve, sí, pero en su lugar había traído consigo una gran cantidad de luciérnagas que iluminaban la noche.

Luego de uno instantes de contemplación, el niño, tuvo una gran idea nuevamente. Entró a toda velocidad en su cuarto, recogió sus libros y regresó al bosque. Se sentó bajo un enorme árbol dejando que las luciérnagas se acercaran a él.

¡Suficiente luz para leer! ¡Abraham se sintió felíz nuevamente!

Noche tras noche, el pequeño hacia lo mismo, logrando estudiar gracias a estos amigables insectos. Fue por ello que pudo aprender todo lo necesario para avanzar en sus estudios. Abraham era pobre, no tenía dinero, pero su voluntad, esfuerzo y sacrificio hicieron que sorteara obstáculos que parecían insorteables.

Fueron años de estudio sobre la nieve en invierno y ayudado de la luz de las luciérnagas durante el verano. El resultado: todos los exámenes aprobados con calificaciones brillantes.

Logró ir a la universidad, convirtiéndose con el tiempo en un hombre lleno de sabiduría y con mucho dinero. Sacó a su familia de la pobreza y continúa cosechando las recompensas de su arduo trabajo, un ejemplo que demuestra sin lugar a dudas la recompensa del esfuerzo.