Era una mañana como la de cualquier otro día y una zorra reposaba plácidamente en el suelo. Encima de ella, se observaban unos hermosos viñedos. Las uvas de allí se veían apetitosas y maduras, de excelente vista. Estaba convencida de que deseaba degustar esas deliciosas uvas, tan diferente y fuera de la rutina de sus alimentos y con todas las ganas del mundo. La zorra se levantó, se acomodó y fue en busca de su objetivo, devorar las uvas.

Aunque la zorra no se había dado cuenta de que los frutos que ella quería estaban altos, lo suficiente como para que se le hiciera difícil alcanzarlos. Por lo que había superado sus expectativas de poder alcanzarlo con facilidad. Por eso, buscó la manera de poder llegar dando muchos saltos, pero sus patas no llegaban hasta, por lo menos, rozar los racimos.

La cantidad de uvas era tanta que estimularon a la zorra a poder alcanzarlas. Entre salto y salto, corría de manera que así podría tomar impulso para alcanzarla. Así estuvo un buen rato. Luego de hacer varios intentos, la zorra terminó convenciéndose de que su objetivo de comerse las deliciosas uvas era imposible, ya que estaban muy altas. Lo que llevo a que la zorra se sintiera frustrada. Luego de tanto cansancio por la actividad, la zorra se dio por vencida.

Cuando, al caminar, la zorra notó la presencia de un pájaro por los alrededores. Al sostener una conversación con él, se dio cuenta de que las uvas que tanto creía que estaban deliciosas y que eran un manjar resultaron estar verdes, confirmado por el pájaro. Este afirmó tener un paladar muy exquisito como para ingerir uvas verdes.

Fue así como la zorra volvió a casa, ya no sintiéndose tan mal consigo misma. Pues lo que creía que iba a encontrar no resultó real y terminó siendo un engaño para todos.