Habían pasado ya varios días desde que el vital líquido salió por última vez de los grifos en todo el barrio. La semana había sido lo suficientemente fría también, como para preocuparse por un buen baño refrescante. Solo lo necesario para la comida y el aseo de cada uno era consumido en las casas de cada jornada. Las autoridades anunciaron unos días más de falta del servicio por una tubería averiada que aún reparaban con ardua labor los trabajadores de la estatal, mientras el ruido de las maquinas cesaba, las horas de la noche traían consigo el hedor de las cañerías putrefactas y la pregunta de los vecinos: “¿Cuándo acabaran las obras?”.

Lluvia

Esa noche, el cielo retumbaba como si en él se desarrollara una gran batalla. Los destellos iluminaban la bóveda turbulenta y el cerro parecía bombardeado a cada instante, torrentes turbios bajaban por las calles al tiempo que muchos pipotes y cubos empezaron a poblar las veredas, mientras los vecinos corrían cargando una tras otra las cubetas desbordantes de agua que caía de las canaletas de cada techo. “Para los escusados…” decían unos, “para lavar la ropa…” se escuchaba en otra casa, “corre, corre, trae el cubo azul y las linternas que no veo nada”, “cuidado te caes que está resbaloso, te vas a resfriar” carcajadas entre los presentes por ver a algunos dándose una ducha callejera como los indigentes cerca de las fuentes de la ciudad, las veredas se fueron llenando de jabón, los techos seguían dejando caer afluentes de sus ríos que corrían encima de las casitas del barrio. Mojados muchos, con aquella fría agua, bendita agua que caía del cielo y por la que todos daban gracias a Dios, de haber recibido después de tantos días esperando.

Las obras

Bajo la fuerte tempestad, los obreros esa noche no habían parado su esfuerzo, los cubos nuevos llegaron esa tarde, era tiempo de resolver la premura que el pueblo clamaba. El alcalde de la ciudad no se había pronunciado, durante la sequía forzada, eran muchas las quejas y pocas la palabra que daba a sus ciudadanos, pero justamente en medio del diluvio celestial, cual mártir de la sociedad, fue a supervisar los trabajos, sabiendo que estaban ya a punto de culminar, sin que nadie de la vecindad supiera cómo evolucionaba. La maquina separó suficiente tierra lodosa, el gran tubo al fin encajado en el tramo roto, estaba siendo sellado. Chispas volaron, gritos de celebración entre los peones, una voz por la radio entonces dio el comando: “¡abran la válvula!” la tempestad  ya había cesado, los cubos estaban llenos y guardados, mientras los hombres y mujeres del barrio ya estaban extenuados de haber cargado la bendita agua casi toda la noche.

Ya empezaban a apagarse las luces de cada casa, cuando la gente entre risas burlonas y la sensación de alivio escuchaba: “¡llegó el agua, abran sus llaves!” llenándose entonces los tanques, botellones y filtros; la paz había vuelto a reinar. Mientras tanto, en el lugar de las obras, un enorme tractor deslizó en el lodo del río crecido por la lluvia, cayendo su pesada oruga sobre la tubería que apenas estaban cubriendo para terminar el trabajo. A esperar todos, la lluvia de nuevo…