Fuente | Freepik Premium

Ana era una niña muy preciosa que vivía en una casa muy chiquita cerca de un hermoso rio, el cual alumbrara a todos con su agua tan cristalina. Cada día Ana, se levantaba muy temprano y pasaba el día cerca del hermoso lago, peinando su dorado, sedoso y brillante cabello, pero cuando ya era de tarde, Ana entraba a la casa, prendía la chimenea y se acostaba hasta caer en un sueño profundo.

Un día se dispuso a jugar al rio, pero de manera repentina apareció un hermoso caballo con un asombroso color verde, era tan bonito, pero tan pequeño que se podía agarrar fácilmente con la palma de la mano.

– ¡Pero que caballo tan hermoso! – exclamo Ana mientras lo tomaba entre su regazo.

-Seamos amigos-dijo el pequeño caballo-Ven, vamos a jugar.

Fue entonces donde ambos se dispusieron a jugaron hasta la caída de la noche, prometiéndose volverse a ver al día siguiente. A la salida del sol, el caballo regreso para volver a ver a su gentil amiga, pero curiosamente Ana no aparecía.

Preocupado el caballo verde la busco y busco hasta que oyó unos sollozos que provenían a lo lejos, al acercarse vio a la pobre Ana llorando, preocupado el caballo le pregunto.

-Ana ¿Porque lloras mi niña? –  pegunta el corcel.

-Es que ya no tengo ninguna hebilla para recogerme el cabello, eh perdido mi última hebilla, ahora mi pelo se dañara con el fuego de la chimenea.

-No te preocupes Ana yo te ayudaré-dijo son riendo el caballo- mira solo tienes que agarrar tu ultima hebilla y sembrarla en el suelo que está muy cerca del rio. Si haces eso, te aseguro que para la mañana siguiente encontrarás una muy grata sorpresa.

Ana así lo hizo, sembró la hebilla y espero hasta la mañana siguiente. Una vez salió el sol, la niña vio que se asomaba un hermoso arbusto frondoso, el cual brotaba hermosos frutos de bellas hebillas de diferentes colores. Ana muy sorprendida y ansiosa, tomo muchas hebillas y las coloco en su cabello dorado, al verse tan hermosa no pudo contenerse más y fue en busca de su amigo para agradecerle.

Sin embargo, por más que busco, Ana no encontraba a su amigo, hasta que vio a lo lejos un hermoso castillo, pero al no ver a su amigo decidió abandonar el lugar, hasta oír que una voz conocida la llamaba. Allí estaba el caballito, dentro de la barriga de un gigante dentro del castillo.

– ¿Amigo caballo que haces allí? – preguntó atónica.

-No estoy muy seguro amiga mía, solo sé que el gigante vino hasta a mí y me devoro.

-Descuida yo te voy a sacar de allí.

La joven niña se dispuso a buscar dentro del palacio, alguna cosa que pudiera servirle de ayuda, pero solo pudo hallar un jabón y unas ciruelas mágicas, que por suerte le permitían a la niña encogerse de tamaño. La niña tomo las ciruelas, escalo hasta la boca del gigante y se comió las ciruelas para poder adentrarse en la garganta del temible gigante y rescatar a su amigo caballo. Donde después de encontrarse con su amigo, éste dijo agradecido:

-Eres una muy buena Amiga Ana, gracias por rescatarme, nunca olvidaré lo que hiciste por mí.

Fue entonces donde Ana tomo el jabón y lo restregó en sus manos hasta hacer pompas, pues ella quería hacer una pompa lo suficientemente grande para poder entrar con su amigo, donde una vez conseguido se colocó adentro junto con caballito, y empezaron a ascender fuera de la garganta del gigante, hasta llegar a la superficie.

Ya fuera del castillo y una vez a salvo Ana se montó encima de su fiel amigo y se fueron volando, hasta notar que ambos estaban creciendo, Ana volvía a su tamaño original y caballito se hacía muy enorme. Entusiasmada Ana dijo:

-Caballito eres grande otra vez.

-Sí, es que antes había comido unas ciruelas mágicas que encontré en el bosque, pero como comí demasiadas pensé que ya no volvería mi tamaño original.

-Que felicidad- dijo Ana llorando de alegría.

-Ven vamos a jugar.

Desde ese momento tanto Ana como su amigo caballito fueron inseparable guardando siempre la promesa de jamás abandonarse y siempre estar unidos.