En cierto lugar, todos los días un blanco y enorme caballo salvaje, le gustaba saciar su sed, bebiendo de un hermoso río, era realmente refrescante y agradable para el caballo, beber de allí. En ese mismo lugar, también les gustaba ir, a un gordo, pero pequeño jabalí, quien le gustaba usar el agua del río, para limpiar sus pezuñas y darse un buen chapuzón.
Cuando se bañaba, el jabalí oscurecía el agua con mucha suciedad, por lo que el caballo salvaje muy asqueado, le pidió al jabalí que, por favor tuviera mejor cuidado con el agua. Más allá de verlo como un consejo, el jabalí se ofendió mucho y terminó creyendo que el caballo, solo era un obstinado y un chiflado.
Tras esto, el caballo miró con mucho odio al jabalí, ya lo consideraba su enemigo. Por lo que, el caballo ya cansado de la presencia del jabalí, se decidió por buscar la ayuda de un ser humano, para que lo ayudase, a ahuyentar al repulsivo jabalí.
El caballo encontró a un humilde granjero, quien, al escuchar la historia del caballo, decidió ayudarlo, siempre y cuando lo dejase montar en su lomo, para ser mucho más rápida la travesía. El caballo quien antes solía ser salvaje, no le importó el pedido del hombre, y dejó que este se montará en su lomo, pues, lo que le importaba, era vencer a la bestia
Buscaron por todos los lugares al jabalí, y una vez lo encontraron ambos se escondieron en las ramas, y antes del que jabalí pudiera decir una palabra, el hombre lo atacó y dio por terminada la vida del jabalí.
El caballo salvaje estaba más que feliz, por fin se había desecho de su enemigo, ya no tendría por qué preocuparse por él. Él podría volver a beber de ese hermoso río, sin que el fastidioso jabalí estuviera allí, para ensuciarlo.
Pero antes de hacer realidad su meta, el hombre le dijo al caballo:
-Fue una buena caza, pero no pienso dejarte ir a ti tampoco, voy a hacer de ti, mi nuevo caballo, voy a montarte las veces que quiera. Vas a hacer mío.
El caballo al escuchar esas palabras tan terribles, trato de resistirse al hombre, pero era inútil, el hombre lo había declarado suyo, y sin importarle nada más, le puso una montura, dejándole en claro que ya no era un caballo libre, era suyo, y debía a hacer lo que él le decía.
Fue entonces cuando el caballo recordaba su libertad con tanto anhelo, recordando cuan tonto había sido su disputa con el jabalí, y que tan tonto había sido el problema. Y como este, le había costado su libertad
Reflexión.
Cuando nos volvemos obsesivos, con eliminar a aquello que nos hace mal, a veces nos cegamos y nos aliamos con sentimientos amargos que, en vez de ayudarnos, solo agravian más y más la situación, nos hacen daño y nos lastiman. Solo después de que el problema (que no era tan grande), se haya ido, veremos el desastre que ocasionamos y dejamos.