En tiempos remotos, en el gran e increíble país de Noruega, existía un hermoso paraje, un sitio muy escondido, que estaba repleto a mas no poder de gran vegetación; tenía las flores más hermosas, increíbles lagunas que abarcaban grandes extensiones de terreno y una espectacular salida al mar, que constaba de las unas playas divinas.

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En aquel lugar habitaba una pequeña población, eran pocos, pero le daban más vida a aquel increíble lugar de sueños. Allí, había muchas casitas todas pintadas de blanco, que hacían el más bello contraste con sus alrededores. En uno de los límites de este pueblo se levantaba una colina donde en su cima se encontraba un gran molino.

Este molino, tenía la fama entre los locales de ser mágico, ya que con él se podía moler todo lo que se pedía. De hecho, al molinero no se le veía cansado en ningún momento, ni con signos de trabajo, más bien en ocasiones se le veía descansando. Solo tenía que decir algunas palabras y el aparato comenzaba a trabajar solo y el campesino podía descansar todo lo que quisiera.

– ¡Muele molino, muele! –decía el molinero – y aparecía lo que él le pedía.

Así pasaba el tiempo, el molinero pidiendo y el molino trabajando. Hasta que un día el molinero se puso a pensar que todo lo que él quería el molino se lo daba y en ese momento le dijo:

-¡Muele molino, muele! Y dame 20 monedas de oro – y allí aparecieron las monedas del oro más brillante y pesado que hubiese podido imaginar aquel molinero.

Los habitantes de la aldea empezaron a observar y pensar, en la envidia que sentían del molinero, ya que sin esfuerzo siempre tenía todo para subsistir, sin tomar en cuenta que éste siempre repartía lo que el molino le daba, el trigo, el maíz…

En ese mismo tiempo, llegó al puerto del pueblo, un barco que había recorrido muchos mares. Su capitán era un hombre valiente y atrevido, pero realmente ambicioso, el dinero era lo que más le atraía, lo movía y lo inspiraba. Incluso hubo ciertas ocasiones en que se había enfrentado a muchos piratas y había salido airoso, venciendo a su vez todos los inconvenientes que podían tener solo por dinero.

Al llegar al puerto se enteró de parte de los locales, de la existencia de aquel molino mágico, y por supuesto se interesó mucho en él. Pensando en la cantidad de cosas que podía lograr si él fuera el dueño de semejante artilugio. Espero a que llegara la noche y decidió entrar a robar el molino a su dueño.

Se lo llevo a su barco, y se fueron mar adentro. Pensando como probarlo para poder obtener todos los beneficios que este le había dado a su antiguo dueño, decidió moler unos grandes bloques de sal que había comprado en el puerto cuando llego.

Fue metiéndolos poco a poco al molino, y este fue cumpliendo su función. Lo que no sabía el capitán, es que se le debía dar la orden al molino, para que solo moliera lo que se le pedía y en la cantidad que se necesitaba, junto a las palabras mágicas. El molino, molió y molió, sin parar, llenando el barco con toda la sal que se tenía.

El peso de la sal, fue hundiendo poco a poco el barco, lo que trajo como consecuencia que el barco quedara en el fondo del mar. Haciendo que el agua se tornara salada para siempre.

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Cuenta la leyenda que aún el molino no ha dejado de moler, por lo que el agua del mar siempre será salada.