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En tiempos remotos, existía un bello estanque donde convivían muchos sapos. Los había grandes, gordos, chiquitos, feos, machos, hembras, como tú te los puedas imaginar, pero, su piel era verde, lisa y muy resbaladiza, nada parecida a la piel de los sapos que hoy conoces.
Todos ellos jugaban, corrían, brincaban, se reían, es decir, compartían con sus pares. Se pasaban el día zambulléndose en el agua, bajo el agradable sol que cubría el estanque. Todos los sapos eran muy amigables y compartían con los otros animales.
Excepto un sapo que no se la llevaba muy bien con el águila que rondaba el territorio. No se toleraban el uno ni el otro. Mejor dicho, el águila se burlaba de él. Un día el ave, decidió jugarle una broma al sapo y le dijo:
– Está noche hay una gran fiesta por donde yo vivo. ¿Quieres ir conmigo?
– Me parece bien! – le contestó el sapo – Pero deberías llevar contigo tu guitarra.
– ¡Buena idea! ¡Así podremos cantar, bailar, y disfrutar mucho más! ¡Te paso buscando más tarde!
Así quedaron en verse al caer la noche. Cuando la luna estaba en su máximo esplendor, el águila paso buscando al sapo, con su instrumento musical bajo el ala.
- ¡Vámonos sapo, o llegaremos tarde a la fiesta! – Gritaba el águila en la puerta de la casa del sapo.
- Tengo que dejar todo listo aquí, me falta poco, adelántate tú y yo te alcanzo –dijo el sapo.
- ¡Cómo tú digas! – Y el águila alzó el vuelo y se fue
El sapo no se confiaba del águila, sabía que alguna mala intención tenía el ave, para invitarlo a esa fiesta, sabiendo que él no podía volar, y de ir, tendía que hacerlo llevado en vuelo por este. Aprovecho un descuido del ave para meterse en el hueco de la guitarra y esconderse muy bien allí.
Así cuando el águila llegó a la fiesta, el buitre que era su más grande amigo, le preguntó:
- ¿Qué pasó que llegaste solo? Y ¿el sapo?
- Me dijo que venía después. ¡Pero no sé cómo va a hacer, no podrá llegar aquí! Le contestó el águila.
Mientras estos dos hablaban, y estaban entretenidos, el sapo, con mucho sigilo salió de la guitarra y se unió a la celebración. Rápidamente se integro a la fiesta, gracias a su gran simpatía, pudo compartir y disfrutar como nunca. A pesar que los presentes eran de otra raza, esto no le impidió, ser en pocos momentos el centro de atención.
Lo invitaban a cantar, bailar como si fuera otra ave más. Todos disfrutaban de su compañía, menos el águila, que al darse cuenta que el sapo estaba en la fiesta, se molesto muchísimo. El enojo y la envidia llenaron de rencor al ave. Quién planificó como vengarse del sapo. Cuando se estaban retirando todos los invitados el águila se acercó al sapo y le dijo:
- ¡Pudiste llegar solo! ¡Ya todos se van, si quieres nos vamos juntos!
- Creo que me voy más tarde. ¡Hay mucho que recoger y quiero ayudar! –contestó el sapo.
El ave se dio por enterada y fingió que se iba, pero estaba pendiente de lo que iba a hacer el sapo, dándose cuenta que se metió dentro de la guitarra, lo que le vino como anillo al dedo, para su plan de venganza. El águila se despidió de todos y alzo el vuelo con su guitarra en sus patas.
Hizo un vuelo muy, muy alto y luego se lanza en picada, volteando la guitarra haciendo caer al sapo de un solo tiro. El sapo, al ver que iba cayendo muy rápido y veía que el suelo se acercaba, supo que el golpe iba a ser muy fuerte. ¿Pero qué podía hacer? Cerró sus ojos y solo sintió un ruido muy fuerte, su cuerpo golpeando las piedras que estaban en el piso.
Estos golpes, cambiaron la piel del sapo, convirtiéndola en verde con manchas en tono oscuro. Desde ese día todos los sapos que nacieron y nacen vienen con manchas oscuras en su cuerpo. Pero cambia la piel del sapo, no su manera de ser. Los sapos siguen siendo amables, cariñosos, empáticos y sobre todo felices.
Pero el águila, sintió envidia, rencor, rabia y planifico dañar al sapo. ¡Esas son las cosas que no se le deben hacer a nadie!