Hace muchísimos años, había un conejo que no tenía las orejas grandes como los demás, estas eran tan chicas como las de un gato. Sin embargo, el tamaño de sus orejas no era algo que le molestaba, era el tamaño de su cuerpo lo que le disgustaba, ya que él quería ser un animal mucho más grande como un león o un lobo. Por casualidad de la vida, un día el conejo pudo avistar al león cerca de un antiguo bosque.

El concejo se encontraba muy triste, pensaba que era muy pequeño y muy feo en comparación con el gran y majestuoso león, esto hizo que el pobre conejo se sentara cerca de un árbol a llorar, donde llamó la atención de una lechuza que vivía en ese árbol. La lechuza le pregunto cuál era la razón de su llanto, a lo que el conejo le respondió que su tamaño era demasiado pequeño, que él quería ser un animal grande y fuerte como ese león.

La lechuza era muy inteligente, por lo que pensó el problema durante bastante tiempo. Luego de haber meditado, le dijo al conejo que visitara al famoso Dios de los animales, creyendo que este podría ser de ayuda. El conejo le dio las gracias a la lechuza y se fue dando saltos hasta la colina donde vivía este Dios.

Ya en la colina, el Dios de los animales saludó al pequeño conejo, este le devolvió al saludo y le confesó que se sentía triste por su pequeño tamaño. El Dios de los animales le dijo que este podría convertirlo en un animal más grande, pero que antes de eso, debía traerle la piel de una serpiente, la de un mono y la de un cocodrilo para el día siguiente.

El conejo se fue muy feliz dando pequeños saltos hacia el río donde pudo ver a un amigo suyo: el pequeño cocodrilo. “Amigo, ¿serias tan amable de prestarme tu piel para mañana? Es necesaria para… “¿Una fiesta?”  Dijo el cocodrilo interrumpiendo de pronto al conejo. El conejo le dijo que ese era el motivo, estaba mintiendo. Sin embargo el cocodrilo muy halagado le entrego su piel entusiasmado.

Una vez conseguida la piel del cocodrilo, el conejito fue a visitar a su amigo mono y a su amiga serpiente, quienes le entregaron la piel sin ningún problema, creyendo que era para una fiesta. El día siguiente, el conejo fue a visitar con las pieles nuevamente al Dios de los animales, quien lo recibió con un saludo. Éste se asombró de que el conejo tuviera todas las pieles.

El Dios de los animales cumplió el deseo del conejo, aunque no de la manera que este esperaría. El Dios tuvo precaución de no hacer grande al conejo, ya que podría hacerle daño a otros animales sin intención, por lo que dotó al conejo de unas orejas muy grandes, que le permitirían escuchar mejor en todas direcciones, una habilidad muy útil cuando se encuentren los enemigos cerca.

El Dios de los animales utilizó sus poderes e hizo crecer las orejas del conejo. El conejo le agradeció al Dios por haber cumplido con su deseo y se fue saltando con una alegría muy grande. Se encontró con cada uno de sus amigos para devolverles sus pieles con mucha gratitud.

La mañana siguiente, el conejo pudo observar que el león se encontraba visitando a la inteligente lechuza. La lechuza pudo ver de vuelta al conejo y le elogio por sus grandes y bonitas orejas, le dijo que para el unas orejas grandes eran mucho mejores que un cuerpo grande, comentario al cual el león le dio toda la razón. Desde ese momento, el conejo se sintió bien consigo mismo, con un cuerpo pequeño pero con unas orejas muy útiles.