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Hace siglos en chile habitaban unos indios llamados mapuches. Ellos vivían en cuevas donde se guarecían cuando el sol se ocultaba y no salían de allí hasta la mañana siguiente, porque le tenían miedo a la oscuridad.
Cuando llegaba la noche, ellos se encomendaban a sus dioses, para que nada malo les pasara durante la noche. Cheruve era el dios de los volcanes, el sol y la luna eran los dioses buenos y dentro de las grutas en una bóveda se resguardaban los abuelos que formaban un grupo de estrellas.
Todas las mañanas los indios salían de las cuevas a recolectar frutos y vegetales que la naturaleza fielmente le ofrecía, que eran su único alimento. No conocían ninguna otra forma de alimentarse ya que no conocían el fuego.
En pocas ocasiones cazaban o pescaban algún animal y se comían su carne cruda, ya que ellos no sabían cómo cocinarla. Su dieta se basaba en frutas, vegetales y carne cruda. Al dormir lo hacían abrazados unos a otros, por que no tenían manera de calentarse.
Entre los indios vivía Caleu, un joven que le gustaba admirar las estrellas en el firmamento y todas las noches se sentaba en la entrada de su gruta a ver cómo iban apareciendo una a una. Alzaba su vista al cielo y le daba gracias a sus dioses por el día.
Una noche salió como era su costumbre y se asustó mucho, al ver una estrella algo diferente. Era de un dorado muy brillante y esta tenía una gran cola, parecía que iba cayendo a lo lejos. El joven indio del susto se metió a dormir y no le contó nada a nadie.
Días después a él se le olvido lo que había visto y siguió con su rutina como si nada hubiese pasado. Un día muy temprano, las mujeres de las grutas, junto a sus hijos subieron a la loma donde estaban los árboles frutales, para recolectar hacer la comida y guardar para el invierno que se acercaba.
Estaba el día tan lindo y apacible que el tiempo transcurrió sin que nadie se hubiese dado cuenta. Los niños jugaban, las mujeres conversaban, las jóvenes recolectaban las frutas y vegetales. Todos les daban gracias a los dioses por la provisión de alimento que le permitían conseguir. Todo en completa normalidad.
El día se fue alejando y comenzó a oscurecer, a lo que las mujeres se asustaron y no pudieron ver el camino de regreso por lo espeso de la oscuridad. Se refugiaron todas muy juntas cerca de unas piedras, y desde allí vieron como caía otra estrella como la que vio Cheruve.
Esta estrella al chocar con los arboles ilumino con su fuego, todo el lugar y le brindo al grupo de indios un poco de calor, lo que hizo a su vez que los hombre desde las grutas pudieron ver el lugar exacto donde ellas estaban. Una de las mujeres tomó una rama seca y la acercó al fuego convirtiéndola en una antorcha.
Así pudieron iluminar el camino de vuelta a casa. Al llegar, le contaron a los hombres lo que había sucedido y como el fuego no era malo, porque les había dado calor e iluminación. De esta manera los mapuches conocieron el fuego.