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En tiempos remotos, no se sabe cuánto, ya que no existía la manera de contar los días ni los años, este gran planeta, estaba muy iluminado, y hacía un calor sofocante. Los campos poco a poco se fueron secando, la tierra se volvía cada vez más árida, y los niños ya no podían jugar fuera de sus casas, porque corrían el riego de quemarse.

Esto se debía a que la Tierra tenía ocho soles, si como lo lees, ¡ocho soles! Te imaginas ¡cómo eran los días! hacía mucho calor, además los rayos solares, habías desbastado todo a su paso, por el excesivo calor y energía.

Ya no había comida ni agua ya que los campos estaban estériles, y los mares y lagos se habían evaporando. Los humanos y los animales ya no tenían que comer y tampoco donde guarecerse de la intemperie. Poco a poco el planeta se estaba quedando desolado.

Los pocos habitantes que estaban quedando, decidieron hacer una reunión para buscarle solución a este gran problema, ya que si no solucionaban todos iban a desaparecer. Llegaron los ancianos, las mujeres, jóvenes y todos los habitantes de diferentes lugares del mundo a la reunión que se dio en algún lugar de Asia.

Todos los representantes de los países del mundo, comenzaron a dar sus opiniones, sobre que sería bueno hacer. Cómo podían hacer para que este calor y tanta energía no siguieran afectando los campos ni las aguas. Duraron horas debatiendo, exponiendo y dialogando. Hasta que llegaron a una conclusión:

  • Para que los soles no nos hagan más daño, deberían irse – dijeron algunos.
  • Es buena idea, pero ¿cómo podemos hacer? – contestaron otros.

La idea, siguió dando vueltas en la reunión. Pero las maneras de cómo deshacerse de los soles no llegaba a tener forma aún. Un joven que se encontraba en la reunión dio una idea:

  • Hablemos con el mejor arquero que vive en la aldea, tienen buena puntería y podrá darles a los soles – Dijo el joven.

A todos les pareció una excelente idea. Llamaron al joven y le propusieron que, con su arco y flecha, tratara de asustar a los soles para que se ocultaran y así disminuyeran los daños que estos causaban.

Así se hizo, a la mañana siguiente, el arquero subió a la cima de una montaña y apunto a uno de los soles. Le atinó, y el sol en ese mismo instante se escondió para siempre. Así pasó con los otros seis, pero cuando le iba a disparar al octavo sol, este se escondió temeroso de que lo fueran a herir con las flechas.

El planeta quedo completamente a oscuras, comenzó a hacer mucho frío y todo se nubló. Todos los habitantes tenían que permanecer uno muy cerca del otro porque el frío era insostenible.

Los animales que también padecían de aquella racha de frío, se pusieron a llorar mirando al cielo a ver si el octavo de los soles, se apiadaba de ellos y volvía a posarse en el firmamento. Pero aún el último de los soles, estaba asustado y no quería salir.

Un gallito que ya no podía caminar, porque sus paticas estaban entumecidas, sacudió sus alas y cantó titiritando del frío. El sol al oír ese canto que no era enérgico como siempre había sido, le dio mucho sentimiento y supo que los seres vivos de la tierra estaban pasando trabajo y frío.

Así que lentamente se fue asomando en el firmamento hasta que se posicionó en lo alto del cielo, dándoles calor a todos los habitantes reunidos. Desde ese día el sol y el gallo se encuentran todos los amaneceres.