Fuente | Freepik Premium
Hace mucho tiempo, los ancianos de las aldeas de México les contaban a los niños como era la vida de los aztecas. Como eran sus costumbres y creencias. Así como también que era lo que ellos más deseaban.
Los aztecas, eran muy unidos, siempre se ayudaban entre sí y compartían su comida que generalmente estaba conformada por raíces, que ellos cultivaban y uno que otro animal que cazaban. Pero sentían que su dieta estaba incompleta.
Necesitaban y querían comer otra cosa que no fuera todos los días lo mismo. Deseaban comer maíz, cuyas plantas se veían por el reflejo del dorado de sus mazorcas, cuando le pegaba el sol detrás de la montaña, más alta y escabrosa.
Muchos aldeanos, habían intentado subir a la montaña, pero no lo habían conseguido por lo difícil de sus rocas. Escalarlas no era tarea fácil. Todos los hombres de la aldea lo habían intentado una y otra vez, pero nadie había llegado ni a la mitad.
Todos los días, alguien pedía a los sabios, permiso para emprender la travesía. Ya no solo eran los hombres, quienes querían subir, sino las mujeres y los jóvenes pedían la aceptación de intentarlo, porque decían que eran de peso más liviano y de repente lo lograban.
Pero nada, ninguno de los habitantes logró conseguir el maíz. En una reunión, donde se concentraron todos los representantes de la aldea, se decidió pedirles ayuda a los dioses. La luna, el sol y la fuerza, acudieron a su llamado e intentaron hacer algo.
Estos se unieron y utilizando la fuerza, decidieron subir dañando todos los arboles que se encontraban en su camino, para intentar llegar a las bellas matas de maíz. Probaron una y otra vez, sin lograr su objetivo. Y desistieron.
Todos los aldeanos estaban muy tristes, imagínense si los dioses no pudieron llegar al maíz, mucho menos iban a lograrlo ellos. Ya habían hecho lo que estaba a su alcance y no habían llegado ni a la mitad. El maíz cada día estaba más lejos.
Uno de los ancianos más sabio, propuso que se invocara al Dios Quetzalcóatl, el por ser muy inteligente, podría conseguir la solución. Así lo hicieron y el Dios, sin pensarlo dos veces acudió al llamado de la ladea.
Al oír el clamor de los aztecas, el Dios dijo tener la solución y se convirtió en una pequeña hormiga negra, que junto a una hormiga roja emprendieron un largo viaje. Los aldeanos no entendían el porqué. Pero confiaron enormemente en él.
Vieron como las dos hormigas se encaminaban rumbo a la cima de la montaña. Pasaron varios días y las hormigas no aparecían. Mientras tanto los dos insectos subían y subían la escarpada cuesta hasta llegar a la cima de la montaña.
Desde allí podían ver todo el esplendor del cultivo de maíz. Las plantas se veían de lo más frondosas y de un amarillo vivo y provocativo. El par de hormigas, bajaron la pendiente para escoger la planta con las mazorcas más grandes.
De allí, tomaron un grano del maíz más grande, amarillo y fresco que pudieron encontrar. Con el dentro de sus pequeñitas mandíbulas los dos insectos emprendieron el recorrido de regreso.
Se tenían que parar cada poco paso porque la subida de la montaña se les hacía difícil por tener que coordinar el paso de las dos, llevando la pesada carga. Pero eso en vez de retrasarlas, le daban más fuerzas para seguir.
Ellas sabían que el bienestar de todo un pueblo, dependían de ellas. Así poco a poco fueron subiendo la cuesta. Luego de varios días lograron bajar hasta la aldea. Entregando el grano de maíz al anciano sabio. Él sabrá qué hacer.
El sabio pidió a un joven jardinero que preparar un buen terreno, donde se pudiera sembrar el grano de maíz. Así se hizo. Las hormiguitas fueron recibidas con los más hermosos halagos y agradecimientos por haber hecho su sueño realidad.
El gran dios Quetzalcóatl, volvió a su forma real, agradeciendo a su compañera, por la labor realizada, prometiéndole que nunca le faltaría nada para sobrevivir. Al poco tiempo de haber sembrado el grano de maíz, nació la más frondosa planta.
De esa planta se tomaron algunos granos y se sembraron. En muy poco tiempo los aztecas tenían comida diferente en su mesa, como arepas, pan, tortillas, chicha, dulces entre otras cosas, y el más bello sembradío de maíz.